sábado, 15 de agosto de 2009

El Ocho

He pasado una noche “divertida”. Todo empezó cuando me acosté a eso de la 1 de la mañana y los dos cafés de la tarde comenzaron, con efectos retardados, a entrar en mi cerebro. Por ello, me puse a continuar la novela que me estoy leyendo ahora entre playa y apuntes: El Ocho, de Katherine Neville. La novela fue publicada en 1988 (me rodean los ochos) y por lo visto fue un gran éxito internacional. Últimamente lo estaba viendo en muchas librerías y se lo comenté a mi madre, con la que desde pequeña comparto libros de lectura, hasta los que me obligaba a leer cuando era mi maestra en la escuela. Ella fue la que dio el paso y un día apareció con él en sus manos, y ya lo llevaba a la mitad… La trama del libro gira en torno a un misterioso tablero de ajedrez que perteneció a Carlomagno y al cual se le atribuyó un poder sobrenatural. Va narrando historias paralelas en distintos períodos de la historia, incluyendo la Revolución Francesa y los albores de la crisis del petróleo de 1973.

Después de un par de horas leyendo, decidí parar, no sólo por la hora que era sino porque me estaba empezando a dar un poco de susto. Sí… por infantil que parezca. Me quedé dormida enseguida debido al propio cansancio del día y empezó el desenfreno. En mi sueño empezaron a mezclarse imágenes del libro con apariciones extrañas de… mi hermana… con una cabeza de elefante entrando por la puerta de mi cuarto en ese momento y emitiendo sonidos guturales (el caballo del misterioso ajedrez es un elefante, debido a su origen Indú). Creo que mi subconsciente mismo fue el que propició que me despertara en ese mismo instante, y gracias.
Así que, me vi en la tremenda duda si continuar leyendo o intentar retomar un sueño normal, con sus praditos verdes y un gran helado de chocolate, pero la visión del portátil me iluminó: tenía que buscar información. El libro relata muchos acontecimientos históricos nombrando a personajes influyentes como Robespierre, Danton, Philidor o el mismísimo Carlomagno y yo necesitaba saciar algunas curiosidades. Después de zambullirme en plena Revolución Francesa y en la vida de sus progenitores, decidí investigar sobre el ajedrez de Carlomagno… y mi sorpresa llegó a más cuando descubrí que es toda una leyenda. Incluso hay gente que sigue buscando las piezas porque se piensa que existió de verdad. Cada página que iba leyendo me parecía más y más intrigante, hasta el punto de generar en mi cabeza una película que ya le gustaría al mismísimo Spielberg.
Una cosa llevó a la otra y me vi leyéndome las reglas del ajedrez, deporte que practicaba bastante con mi padre, que me enseñó algunas tácticas y jugadas maestras para engañar a tu adversario y hacerle creer que va ganando para que así se confíe y avance. Todo un mundo este deporte.

Con los ojos como dos ensaladeras, tanto por el asombro como por el mono de conocimientos ajedrecísticos e históricos, se me hizo de día.
He llegado a una conclusión: el ajedrez no es un simple juego de mesa que decora algunas estanterías del hogar. El ajedrez es un arte, es un don, es matemática y filosofía a la vez. Es música, la boca del Oráculo. Es saber e ignorar que un peón puede ser la clave. El ajedrez es perder, y ganar. Ganar a tu propia mente, adelantarte a ella y actuar con determinación.

Los personajes suelen estar a favor o en contra de la búsqueda.
Si la apoyan, se les idealiza como valientes o puros;
si la obstruyen,
se les tilda de infames o cobardes.
Por consiguiente,
todo personaje típico suele enfrentarse con su contrario moral,

como las piezas blancas y negras del ajedrez.


Y lo mejor, todavía queda la segunda parte del libro: El fuego.
Espero que no haya más elefantes.

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