Abandonada en un viejo armario de madera, con ese intenso y ácido olor a humedad me encuentro. La oscuridad me abraza suavemente y tararea conmigo el crujir de las termitas desayunando.
Veo luz, el agujero que permite la entrada de oxígeno en mis pulmones de hojalata deja al descubierto un destello de sol reflejado en los brillantes zapatos de un bailarín despechado, ahora convertidos en mi almohada.
Hace tan sólo un minuto he intentado moverme pero sólo he conseguido enredar más mis hilos con los botones de esta sucia camisa. Bueno… camisa… trapo viejo más bien.
Me despiertan cada mañana los agitados pasos de quien una vez sonrió al mirarme, aquel que se ilusionó como un niño con zapatos nuevos al tener entre sus manos la primera marioneta de metal construída. Si pudiéseis sentir como yo sentí una vez su energía, su renovada ilusión por volver a ser el niño que nunca pudo ser… Sin embargo soy demasiado pesada para sus tiernas manos. Se aburre cuando comprueba mi torpeza al caminar y mi rostro oxidado por el tiempo. Ya no puede jugar conmigo y se frustra como yo.
Y aquí me hallo, entre polvo y trastos viejos. Al menos tengo compañía.
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