Esta mañana he presenciado un curioso acontecimiento. Rondaban las 8:15 de la mañana cuando aterricé yo-no-sé-cómo y medio dormida en la universidad. El frío edificio se me antojó una cafetera gigante así que abandoné desde primera hora la rutina de las clases para sumergirme en el inquietante mundo de la cafetería de mi facultad. Por suerte o por desgracia, no es una cafetería universitaria corriente; puedes encontrar desde estudiantes, como es lógico, hasta técnicos de laboratorio del Hospital Universitario o a las simpáticas limpiadoras de la Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud. Este colorido ecosistema es el causante de que a hora punta sea el lugar más concurrido en un kilómetro a la redonda.
Me disponía a sentarme en una solitaria y esquinada mesa con mi café en la mano para olvidar una mala noche, cuando noté un bullicio fuera de lo normal para esa hora. Al acomodarme y despertar mis neuronas, comprendí a qué se debía: un profesor había dejado tirados a los alumnos de 4º en su clase de las 8 y éstos desayunaban triunfantes, como yo, por no tener que aguantar la primera clase de la semana. Habían juntado cuatro o cinco mesas para sentarse todos juntos y comentar entre risas las anécdotas de su todavía reciente viaje de estudios… a México.
Ha pasado una semana desde que volvieron y por “restricciones sanitarias” no habían podido incorporarse a las clases. En los periódicos locales leí, no hace mucho, que dos de ellos enfermaron al llegar a Granada y se activaron los protocolos de aislamiento y análisis correspondiente por si habían sido contagiados de la mal llamada gripe porcina. Parece ser que el estudio fue negativo puesto que ambos desayunaban apaciblemente en este grupo de estudiantes, si acaso algún desajuste digestivo propio de estos viajes pudo provocar los síntomas de alarma.
Observaba con cierta envidia su color de piel y su eterna sonrisa dibujada en la cara, rememorando las resacas de tequila y las quemaduras de 1º grado a causa del sol ecuatorial. De hecho no era la única persona de los allí presentes que los observaba: los profesores incrustados en la barra, las enfermeras en grupitos de 4 como acostumbran, los conserjes en la esquina y hasta los propios camareros que suelen evadirse de todo lo que acontece de barras para afuera, contemplaban con cierta cautela sus movimientos, por si acaso al mirarles se contagiaban de la gripe. Noté miedo en sus ojos y apuesto a que las conversaciones circulaban alrededor de un mismo tema.
He leído bastante sobre la gripe, tanto de optimistas como de pesimistas y ninguno me convence. Intento evitar caer en la demagogia en la que está sumida la sociedad de la crisis, pero es inevitable con el bombardeo informativo al que estamos sometidos. Nuestro destino es pasarlo mal. Sin trabajo, sin dinero, aumentando cada día los crímenes pasionales y ahora… sin salud. Así es tremendamente fácil manejar los hilos de una humanidad aterrada por la desaparición de la especie. Si Julio Verne pudo ver el futuro, los 1500 directores visionarios de películas como Soy Leyenda, Invasión, Rec, 12 monos… también pueden verlo.
Y ya avisaron las vacas británicas y los pollos chinos pero sin duda los cerdos mejicanos se están llevando el mérito, sin ánimo de ofender a nadie. Pobres ignorantes, al olvidar los medios de comunicación el “mal de las vacas locas” nos olvidamos nosotros también, sin saber que la enfermedad puede tardar 15 años en desarrollarse. Tal vez dentro de unos años se produzca una muerte súbita mundial a causa de los priones vacunos y a nadie le dará tiempo recordar si comió carne de ternera por esa época o no… ¿Y qué pasará cuando el dedo acusador se olvide de estos pobres cerdos que ni siquiera saben por qué mueren cada día centenares de colegas suyos? ¿Qué pasará cuando la OMS (Organización Mundial de la Salud) decida si pasamos de un nivel 5 a un nivel 6 de pandemia? ¿Y quién conoce los criterios que utiliza la OMS para decidir a su libre albedrío en qué momento se cambia de nivel? Nadie. Al igual que nadie sabe que esta gripe es un virus mutado que como él, hay millones cada día. Suerte que ya hay una vacuna... qué curioso...¿casualidad o causalidad?
Es normal que la gente tenga miedo si no para de ver cifras incrementándose en las pantallas de sus televisores. Y sin embargo es precisamente donde no hay pantallas de televisión donde mueren miles de personas cada día por enfermedades infeccioso-contagiosas como la malaria o el VIH... y la OMS no pasa de nivel.
Se me antoja contar un cuento. Pedro y el lobo. Dicen que Pedro, después de avisar tantas veces que venía el lobo, dejó de ser escuchado. Fue entonces cuando el lobo atacó al pueblo. Puede que hoy haya nacido el lobo que atacará de verdad a la humanidad para el cual no exista vacuna posible ni medios para matarlo. Tal vez hoy sea el principio de un final que, según los entendidos, cada vez está más cerca. Tal vez hoy Pedro, o mejor dicho, la OMS, solo esté jugando a lo que mejor sabe hacer: mentir.
Pero mientras tanto, seguiremos tomando café en las cafeterías y teniendo miedo de los cerdos o de las personas que han estado en México por si nos contagian lo que puede ser, el virus que nos mate a todos… hasta que dejen de bombardearnos e infundirnos el pánico colectivo y nos olvidemos de su existencia.
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